lunes, 1 de abril de 2024

Las crónicas políticas de Enrique Raab

Si como hemos escrito, es innegable que Enrique Raab se destacó como un crítico de arte exquisito, su incidencia en la discusión política del tiempo convulso que le tocó vivir la desarrolló mediante la publicación de crónicas políticas de excelencia aún mayor.

Haremos foco, como cierre de esta secuencia, en las crónicas de contenido político seleccionadas por Ana Basualdo y María Moreno, en sus trabajos, quienes por lo general coinciden, aunque con ciertos matices. 

María Moreno omite en su selección las crónicas escritas desde Lisboa (entre junio y julio de 1974) para La Opinión al calor de la "Revolución de los claveles", y las consagradas a las elecciones en la provincia de Misiones de 1975, en las cuales se impondría el candidato del FREJULI sobre el challenger radical, Cachito Barrios Arrechea, quien haría una muy buena elección que preludiará la que lo llevaría a la gobernación 8 años más tarde.

En cambio, consigna al detalle las crónicas escritas desde Córdoba entre febrero y marzo de 1974, en ocasión del golpe de Estado provincial liderado por el titular de la policía local, coronel Navarro.

Cada una de esas crónicas fue construida con el "método Raab" que me atrevo a resumir del siguiente modo: comienzo por una anécdota o un dato lateral, para recién abordar lo central, y arribar con maestría y eficacia al subrayado final, dejando un mensaje de claridad evidente. 


Por ejemplo, en la crónica del Navarrazo se extiende en la descripción del coronel golpista convidando cigarrillos con amabilidad y campechanía a periodistas desesperados ante la escasez de tabaco en esa ciudad convulsionada, al tiempo que plasma los comentarios que sus colaboradores dejan caer con pasmosa naturalidad, acerca de la presencia de francotiradores que accionaban sus armas de aburridos nomás. 

Al realizar la relativa a las elecciones de Misiones se extiende en la historia de una madre de muchos hijos que debía lavar en el río "36 prendas roñosas" para poder llevar "el puchero" a su prole numerosa, concomitantemente con la reseña de las intervenciones de dirigentes peronistas y radicales de primer orden que se daban una vuelta por Posadas, Puerto Rico y Oberá.

No se trata del desgrano de notas de color, hay en ese estilo un modo sutil de abordaje del nudo de la crónica: la violencia institucional ejercida a través de aprietes o sobornos de un modo más o menos disimulado; la magnitud de la miseria estructural en una provincia sacudida por el desfile de ocasión de políticos que llegaban desde Buenos Aires por unas horas para desentenderse a su raduo retorno a la capital de la suerte de los misioneros.

Una de las crónicas más recordadas es aquella que dedicó al acto del 1° de mayo de 1974 publicada en la edición del día siguiente de La Opinión bajo el título: "Los enfrentamientos entre Montoneros y otros grupos modificaron el tono previsto para la celebración".

De acuerdo con el "sistema Raab", se inicia con un detalle de cuestiones relativas con la distribución de agua carbonatada en sachet, tres manzanas y dos paquetes de Criollitas a la militancia congregada, para avanzar en una descripción minuciosa de las sucesivas intervenciones del locutor Antonio Carrizo para presentar en el escenario a Susana Rinaldi, Santiago Gómez Cou y José Marrone, prolijamente ignorados por una concurrencia atenta a cuestiones más urgentes.

Refiere que a las 15.40 horas a la altura de la Catedral: "apareció la primera columna de Montoneros. La amplia bandera argentina con el sol dorado precedió, sólo por segundos, a otra más pequeña con la estrella octogonal: las primeras consignas montoneras resonaron por la plaza, mientras un bombo ritmaba la palabra Montoneros, y otros grupos de voces entonaban: '¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?". Más adelante, refiere que, al igual que en ocasión de la congregación del 12 de octubre anterior (cuando el general Perón asumiera la Presidencia por tercera vez) las consignas "Mon-to-ne-ros" y "Ar-gen-ti-na", se superponían, voceadas de uno y otro lado de la Plaza.

Luego de anotar la "primacía" del sector hegemonizado por los Montoneros de la Plaza de Mayo: "a partir de ahí, todo ocurrió muy rápido: 'No queremos Carnaval... Asamblea popular', retrucaban los Montoneros a los anuncios artísticos de la tribuna. 'Argentina peronista... la vida por Perón', contestaban desde otros sectores. Algunos inocentes preparativos bélicos se gestaban entretanto en ambos bandos: astas de banderas quebradas, cinturones sacados de las presillas y enarbolados como látigos, pedradas aisladas y, cerca de las 16.25, una bandera montonera quemada por algunos muchachos entre muy ralos aplausos del sector delantero contratado [sic] por la CGT".

Aquello que Raab denomina: "el pico del enfrentamiento verbal", sucedería a las 16.40 en ocasión de la entrada del Presidente al palco, extendiéndose "durante 9 minutos" la consigna (desde el sector montonero de la plaza): "El pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride", tensión que subiría aún más cuando la Vicepresidente coronase a la "Reina del Trabajo (María Fernández)", quien fue: "saludada con una mezcla de aplausos y chiflidos y con la consigna, lanzada desde el sector montonero de, 'Evita hay una sola...'", autocensura que formula el canto incompleto y omite otros mucho más agresivos dirigidos a la persona de Isabel y, según algunos de los presentes, del propio Perón.

Luego de la la entonación del Himno Nacional: "único momento, en toda la tarde de ayer, en que la Plaza de Mayo coreó un mismo mensaje con la mano levantada y los dedos dibujando la V" (curiosa omisión de Raab a la entonación de la marcha "Los muchachos peronistas", coreada al unísimo con antelación al Himno Nacional, dato que recuerdo de haber visto de la emisión íntegra de ese evento en el programa Filmoteca de Fernando Martín Peña, allá por el año 2006), el Presidente inició su mensaje.

"A partir de la palabra 'estúpidos', Montoneros comenzó a replegarse hacia Avenida de Mayo; otros grupos juveniles, sintiendo en las palabras del Presidente un respaldo claro, comenzaron a hostigarlos. 'Los corre Perón...' gritaban hacia las primeras filas de Montoneros, quienes, en ese instante, abandonaban la Plaza con dirección a la calle Perú".

Concluye el cronista: "Nada había, en ese momento, que recordase el carácter unitario que el acto pretendía tener: abierta la masa como dos ejércitos enfrentados, con cinco metros de tierra de nadie a duras penas controlados por los dirigentes, Perón terminó su disurso como arengando a los hijos díscolos que, a pesar de la prudencia paterna, se empeñan en librar una batalla campal".

La extensión de la cita se justifica por la trascedencia del hecho histórico evocado, cuanto por la maestría del relato, a la vez que aporta elementos para la reconstrucción de la memoria histórica de ese evento parte-aguas: sin perjuicio de la ruptura evidente, no habrían sido echados por Perón quienes decidieron irse de una Plaza que desde hacía mucho tiempo había dejado de contenerlos.     

A la muerte de Perón, la soledad y el aislamiento de su sucesora y viuda son reflejadas con  sutil precisión en: "Las conjeturas reemplazan a la información en torno a la forma en que la Presidente descansa en Chapadmalal", publicada en La Opinión el 12 de enero de 1975: "hay consenso en señalar que este viaje de la señora de Perón a Chapadmalal ha enarcado un tope en cuanto a la severidad y la rigidez de las medidas desplegadas. En diciembre, se afirma, quedó en funcionamiento una suerte de organización coordinadora, integrada por un comisario y tres subcomisarios de Mar del Plata y encargada de coordinar el trabajo de las distintas reparticiones que colaboran en la custodia de la jefe de Estado".




La relación de Raab con ese poder político era, por razones ostensibles, muy mala; desde el inicio del ciclo, en particular, a partir de su enfrentamiento con Roberto Barattini, director de LS1 Radio Municipal, dirigente ligado a lo más rancio de la ortodoxia peronista. La toma de posesión  del cargo se reproduce en la joya que encontré en red y puede verse acá

Basta reparar en los rostros de la tropa del director de facto y en el sentido del discurso inaugural (propalado por el Gaucho César Mascetti, micrófono en mano) para deducir que una de sus víctimas predilectas sería Enrique Raab. Declarado cesante de inmediato de esa radio (previa quema de los registros de los programas radiales en los que había intervenido con Edgardo Cozarinsky y Ernesto Schoó), desplegaría desde La Opinión una batalla despareja contra quienes le habían prodigado ese maltrato.

El 17 de mayo de 1974, escribiría la extensa columna "Los cipayos están entre nosotros" con el copete: "La ideología de la radio nazi revive en un experimento argentino", mediante la cual traza paralelos entre el sesgo de la emisora dirigida por Barattini y "una radio berlinesa de 1937", al tiempo que analiza al detalle la prédica de una de las voces más sonadas de esa radio: la del maurrasiano Jaime de Mahieu, confeso nacionalsocialista, cuyo discurso rosista conjuga con el retrato retórico que de Adolfo Hitler esbozaron los intelectuales orgánicos del Tercer Reich.
 
Ese encono no sería gratuito para Raab, quien a partir de entonces recibiría visitas no esperadas en su domicilio, además de amenazas explícitas como las publicadas en el semanario El Caudillo. Su nombre aparecería reiteradamente en los listados publicados bajo el título "El mejor enemigo es el enemigo muerto".

Constituida la dictadura, desoyó los consejos de personas muy cercanas, entre ellas su íntima amiga y colega Susana Viau, para que emigrase; incluso desechó una oferta realizada por un jerarca del PRT que le había transmitido que era necesaria su presencia en París, para mejor difundir los crímenes perpetrados a mansalva por el régimen del terrorismo de Estado.

El 16 de abril de 1977, su vecino de edificio Ernesto Schoó advirtió un despliegue militar inusitado y escuchó una irrupción violenta en el departamento de su amigo: la gavilla que se presentaba para secuestrarlo voló a fuerza de metralla la cerradura de su departamento y una mano de Raab, que quedó destrozada.

Cuenta su biógrafo que Enrique Raab, quien no podía ignorar el destino que le esperaba, en ese momento definitivo atinó a tranquilizar al hombre que tanto amaba, preocupado por el estado en el que le había quedado la mano, advirtiéndole que no debía preocuparse por él, que en el lugar donde sería llevado se le practicaría una cirugía plástica.

Difícil imaginar un final más digno, acorde con la envergadura ética de la personalidad que evocamos.

Años más tarde se sabría, por testimonios de sobrevivientes que Raab fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, desde donde habría sido "trasladado" a un mes de su arribo, probablemente mediante la modalidad aplicada en ese centro de exterminio de arrojar a los secuestrados adormecidos al Río de la Plata o al Mar Argentino. 

El caso que lo tuvo por víctima fue uno de los contenidos en el alegato de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo en el Juicio a las Juntas (caso 485) y en oportunidad de la reapertura de los juicios a partir de 2005, el suyo fue uno de los casos por los cuales fueron condenados 48 marinos, entre ellos Alfredo Astiz, en el denominado "Tercer Juicio por la ESMA", celebrado en el ámbito del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5, fallo del 29 de noviembre de 2017. 

En un homenaje aparecido sin firma en el sitio "Cosecha Roja" bajo el título: Periodista, militante, marica y desaparecido, que puede consultarse acá en respuesta, tal vez, a la pregunta que María Moreno se hacía al inicio de su libro-homenaje, leemos: "Raab no forma parte del canon de escritores desaparecidos por la dictadura (lista que incluye con mucha justicia a Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Haroldo Conti) y es probable que sea porque la construcción de la memoria colectiva reclamó, en un principio, que este canon no tuviera grises. Homosexual, crítico de artes y amante del teatro era quizá un combo que no entraba en la lista de valores que debía tener alguien digno de recordarse. Pero la memoria colectiva es un campo de disputa. Es momento de hacerle justicia a su recuerdo e inventarnos una historia torcida donde haya espacio para lo humanamente posible".

De eso se trata. 

A la buena memoria de Enrique Raab.



El periodismo de Enrique Raab

"Lo chuparon por amor. Estaba muy enamorado de un hombre y se negó a salir del país", me confió en 1999 Martín Federico, uno de los jueces del Tribunal Oral en el que yo trabajaba en esa época. 

Sobreviviente de Trelew (debía su vida a su adhesión a la postura de Agustín Tosco de no plegarse al plan de fuga que terminaría en masacre en agosto de 1972), me enteraría por una nota necrológica que le dedicaría a la muerte prematura del Tino Manuel Gaggero que el exilio que había vivido en París se debió a su condición de rara avis: la de un peronista que se había decidido por la militancia en el ERP.

Máximo Eseverri biógrafo de Raab en un extendido reportaje disponible aquí dio cuenta de las razones que lo motivaron a ocuparse de quien fue mucho más que un periodista. En esencia, como tantas de las personalidades que enumeré en la entrada anterior, Enrique Raab fue un intelectual que se expresó a través de los medios para los cuales escribió, los mejores de la época dorada del periodismo argentino.

Eseverri, a la vez que presenta a su biografiado como una personalidad compleja y rica, subraya que al reparar en su trayectoria y trágico final, debe hacerse foco en la sexualidad de Raab, cuestión que significó algo bastante más que una audaz y valiente decisión personal. 

Abordada por María Moreno en la selección publicada en su homenaje quien, además de preguntarse las razones por las cuales no se le confiere a Enrique Raab el reconocimiento tributado a Rodolfo Walsh y Francisco Urondo (colegas y compañeros de martirologio de Raab) subraya el tamaño de su talento periodístico, haciendo foco en su sexualidad. 


En el prólogo a la selección a su cargo bajo el título "Militancia e intimidad", leemos: "En 1973, un Néstor Perlongher -poeta gay de origen trotskista con ganas de integración popular- llevaba al FLH (Frente de Liberación Homosexual) a sumarse a las movilizaciones peronistas. Pero los peronistas al parecer se corrían y entre las masas promontoneras y el FLH siempre quedaba una franja enorme de asfalto. Luego vino eso de: 'No somos putos, no somos faloperos'. Enrique Raab no se acercó a esos intentos de articular política y deseo por los que pasaron en tiempos menos definidos desde Manuel Puig hasta José Bianco".

Al respecto, un todavía adolorido Edgardo Cozarinsky le confió: "Enrique no fue el único intelectual sensible a la politización integral de toda experiencia, un espejismo de finales de los años sesenta que a principios de la década siguiente derivó en militancia armada. Judío y homosexual, se acercó a grupos donde abundaban el antisimetismo y la homofobia". 

Ese pasaje me remontó al recuerdo del documental Sexo y revolución, dirigido por Emilio Ardito, consagrado a la lucha del FLH dirigido por Perlongher de legitmiarse a partir de la visibilidad en el marco del nutrido universo de revolucionarios de tantos pelajes de aquellos años, quien recibiría por respuesta el rechazo que refiere María Moreno. 



Experiencia testimoniada por uno de los militantes del FLH en el documental que se puede ver (por poco tiempo parece) en la plataforma CinearPlay acá.

Evocó la movilización del FLH a Ezeiza, en ocasión de la llegada de Perón en junio de 1973 cuando marcharon identificados con una pancarta: "comenzó a ocurrir que la gente que iba delante nuestro se ponía bien adelante y la gente que venía atrás se ponía bien atrás, sabiendo quiénes éramos, para no mezclarse con nuestro grupo. Eso era muy fuerte, porque más que el FLH parecíamos un grupo de leprosos con quien nadie quería tener contacto. Y pensaba realmente, en vez de una pancarta teníamos que tener campanillas, como usaban los leporosos en la Edad Media para anunciar su presencia. Eso fue muy duro. Yo estaba recién asumido y recién entrado al FLH y no tenía experiencia en semejante exposición y en mi caso personal, no lo resistí. Y bueno, yo no llegué a Ezeiza, en un momento me abro porque era intolerable. Nunca había vivido una situación así".

Fue ése el tiempo decisivo de la escritura de Enrique Raab: "un caníbal de todo hecho cultural", según la precisa definición de María Moreno, acreditada por una producción que en ese terreno abarca desde un extenso reportaje a Bertrand Russell, la reseña al recién aparecido Yo el Supemo de Augusto Roa Bastos, pasando por las críticas del más variado pelaje: desde el programa del Canal 13 Porcelandia y de la película Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio; sin esquivar el género del reportaje a las primeras figuras: Juan Carlos Thorry, Juan José Camero, Nuria Espert, Tato Bores y Tita Merello.

Por supuesto, la crítica teatral fue uno de sus puntos altos. Impiadoso con Alejandra Boero en una versión de Madre coraje de Brecht; da rienda suelta a una crueldad sofisticada en: "Con su intuición como única guía, Mirtha Legrand exhuma una vertiente perdida del teatro japonés" (La Opinión, 15 de agosto de 1975), entre tantas.

Aunque nadie fue destinatario de tanto desprecio como Abel Santa Cruz. En: "El público que asiste a los espectáculos soporta comedias escapistas y repetidas" (La Opinión 11 de enero de 1975), se ocupa de dos obras del autor de Papá corazón

La primera, El hombre piola, protagonizada por Luis Sandrini y Malvina Pastorino versa sobre el descubrimiento del protagonista: "que en su turbulento pasado prematrimonial hay una hija ilegítima y se lanza, con la ayuda del público a buscarla. Descubre ¡oh, sorpresa edificante!, que su hija es tan luego la devota chinita que le sirve en la estancia desde hace años y por quien tanto él como su mujer han desarrollado un amor paternal. La intuición guía aquellos sentimientos que la razón no conoce, propone Santa Cruz coincidiendo, de modo un tanto simplificado, con Pascal, y Sandrini intercala un largo monólogo a telón cerrado, de frente al público, donde da a conocer sus puntos de vista sobre el mundo y la vida. Por ejemplo, habla de un hippie: 'Tremendo muchachote, con barba tupida, una pelambre en el pecho que parece un matorral, más de dos metros de estatura. Ideal, pensé yo, para cargar bolsas en el puerto. ¿Y saben qué hace? ¡Enhebra collares'". Raab remata: "el público se desternilla de risa: en el pasado del hombre piola habrá habido algunos pecaditos, incluida una hija natural, pero que nadie se intranquilice: el Sandrini de ahora mandará a su hijo a cargar bolsas, no a que enhebre collares".

Respecto de la segunda Somos hombres y algo más..., la escritura de Raab es parejamente peyorativa cargada a su vez, de un sentimiento de odio difícil de disimular, destinado al autor (y a los intérpretes y al público) de un ejercicio de "mataputismo" explícito, por ramplón y reaccionario que fuera.

Protagonizada por Rodolfo Bebán y Claudio García Satur describe la trama: "para salvar a un hermano (Arnaldo André) del súbito desamor de su prometida (Gabriela Gili), Bebán, nuevo objeto de ese afecto, decide hacerle creer a toda una pensión de estudiantes que él es un homosexual lanzado. La idea que Santa Cruz tiene sobre los homosexuales parece coincidir con la del público, porque Bebán se pasea todo el día en kimono, teje a punto cadena bufandas para su amado, y ambos -él y Satur- no dan un paso sin mover las caderas y dejar caer los párpados de manera insinuante. El público ruge de placer, porque sabe que tanto Bebán como Satur no son, sino se hacen y para que la imagen natural quede restituida, cuando no necesitan interpretar la farsa, uno le dice al otro tachero y el otro le retruca con malevo [referencia a los éxitos televisivos protagonizados por ambos actores en ese tiempo]. Sensible alivio para la sala: los limites de la credulidad han quedado intactos".

Tendría que terminar esta reseña con las crónicas políticas de Raab, pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.  

sábado, 30 de marzo de 2024

Lecturas de Enrique Raab

 A Cachito, que le gusta leer estas cosas.


Aunque suene (y sea) patético, debo confesar que recién cumplidos los 50 puedo asumir (íntimamente y con pocas personas, entre ellas a quien le dedico estas reflexiones pavotas) que creo saber quién soy.

Es absurdo escribirlo, como asumir que tuvo que transcurrir medio siglo para descubrirme a mí mismo, pero digamos que ando con esa idea en la mente.

No voy a abundar, que nadie de las pocas personas que pierden el tiempo leyendo estas boludeces se inquiete. Sólo decido empezar esta entrada (la primera de 2024) socializando un descubrimiento íntimo y tardío: parece que mi vocación ha sido siempre periodística.

Por defectuosa que sea, quienes vienen visitando este bazar de cosas chiquitas lo saben. Al fin de cuentas, la escritura de este blog no es nada más que el despunte de un vicio que nunca terminó de ser un ejercicio más o menos digno. Aunque sirva (quizá) de catalizador de aquello que uno no supo no quiso y no pudo ser.

Dejo de lado las confidencias pavotas y avanzo hacia donde quiero llegar.

El descubrimiento tardío al que hice referencia, nada de extraño tiene, a poco de reparar en otro de mis grandes intereses: la historia argentina; protagonizada (en buena medida) por periodistas o, mejor, políticos que utilizaron al periodismo como un medio para desplegarla.Enumero de memoria: Belgrano, Moreno, Monteagudo; Alberdi, Sarmiento y Mitre (desde ya); Mansilla, Guido y Spano; Juan B. Justo, Frondizi, Lebensohn, Perón y Alfonsín. 

Periodistas por un rato que utilizaron al periodismo como herramienta de lucha, aunque algunos hayan dejado una marca indeleble en la literatura de su tiempo. Aludo, por supuesto, a Domingo Sarmiento y Lucio Mansilla.

Contemporáneamente, otros tantos, sin haber tenido como norte el despliegue de una trayectoria política, incidieron en el ejercicio del periodismo en el tiempo que les tocó vivir. Anoto con nueva audacia a Pedro de Angelis como precursor.



No ando con muchas ganas de extenderme, por lo que me disculpo ante el cierre abrupto de aquello mal insinuado, en el afán de no cansar a nadie y no hacer sufrir a mis lumbares en exceso. Por ello, mento al desgaire a: Natalio Botana, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo y a los más recientes Mariano Grondona, Bernardo Neustadt, Horacio Verbitsky y Carlos Pagni, para ir cerrando, como anticipé una enumeración que es tan ilustrativa como arbitraria.

Hombres (todos, llamativamente) que incidieron (y cómo) en el ejercicio del poder desde la trinchera del periodismo.

Omití el nombre del (quizá) más astuto y talentoso de todos: Jacobo Timerman.

Gestor de proyectos editoriales de una calidad desconocida entonces, que no sería reproducida después: Primera Plana, Confirmado y, por sobre todo: el diario La Opinión, productos de una calidad periodística que suscitan, leídos a más de medio siglo de editados, el goce literario.

En 2013, el diario oficialista El Argentino, reeditó los números de La Opinión coincidentes con los 49 días del gobierno de Héctor Cámpora. 

Una chambonada de quienes pretendían homenajear a aquel Presidente fugaz que se dejó arrastrar por un torrente que nunca terminó de comprender y asimilar; dado que la línea editorial de La Opinión no le tenía ninguna simpatía.

Descubrimiento tardío de los hacedores de El Argentino quienes (pareciera) no se tomaron el trabajo de compulsar los editoriales y las columnas del diario dirigido por Timerman, de oposición decidida al presidente Cámpora y, en especial, a la Tendencia del Movimiento Peronista en el gobierno cuyo legado pretendían reivindicar en el aniversario 40 de aquella primavera de tan sólo 49 días.

Ni de leer la ejemplar biografía de Graciela Mochkofsky Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (cuya primera edición es de 2003) que daba acabada cuenta de aquella oposición al gobierno que El Argentino pretendía reivindicar.

Como fuere, esa chambonada, me permitió disfrutar de la lectura cotidiana de un diario escrito con preciosismo. Me recuerdo cada mañana ansioso por comprar El Argentino en el puesto de la estación de Coghlan, con la sola finalidad de devorar el suplemento que en versión facsimilar, se acompañaba de la edición de La Opinión publicada 40 años atrás.

Ocasión que tuve para reencontrarme con las crónicas de quien me había deslumbrado años antes: Enrique Raab.

Lo había descubierto gracias a una iniciativa de Jorge Fontevecchia, quien en 1999, había editado a través de "Perfil Libros": Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), seleccionadas y  prologadas por Ana Basualdo.

Quince años más tarde, me reencontré con Raab esta vez con selección, comentarios y prólogo de María Moreno (esa cronista excepcional): Periodismo todoterreno (Sudamericana, 2015).

Decía: Raab me deslumbró. Pocos periodistas transmiten lo que él supo y pudo.

Diría: Raab transporta en sus crónicas al lector al sitio de los hechos (su punto fuerte, supo ser además un implacable crítico de arte); escritas con la urgencia de quien sabía que no le sobraba el tiempo: a pocas semanas del primer año de constituida la dictadura, sería secuestrado y nunca más se sabría nada de él.

Motivos les sobraban a los criminales del terrorismo de Estado para ensañarse con Enrique Raab: era judío, homosexual, periodista y militante del PRT.

El valor testimonial, periodístico y literario de su obra, invita a compartir en este bazar modesto algunas de sus crónicas más celebradas.

Pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.

lunes, 20 de noviembre de 2023

El futuro, ya llegó

A mis amigos.

Nunca entendí bien porqué dejo caer ideas por acá, con tanta inconstancia e inconsistencia. 

Sin dudas que, por algo que me acaba de pasar, persevero es esa (in)constante.

Un excompañero del secundario solía decir: "estas son cosas que le pasan a Garcete". Insinuaría que mentía, exageraba o que era lo suficientemente (digamos) pintoresco para que alrededor mío se susciten cuestiones de un patetismo en sordina.

Este lunes feriado, el más aciago y triste que uno podría imaginar, me vine al estudio que ocupo como abogado, en el centro de Buenos Aires para adelantar laburo.

Decidido a ahogar penas con hidratos de carbono (eran algo así como las 12 del mediodía, demasiado temprano para beber) me senté en una mesa de un boliche sobre la avenida Corrientes, al lado de La Giralda.

El mozo me saludó, con una sonrisa de oreja a oreja: "qué tranquila está la Ciudad", comentó. No sé qué cara dibujé que a poco de escuchar el pedido (el sandwich en pan árabe tostado de queso y tomate de siempre y, por aquello del horario, un agua con gas), se mandó a mudar.

Llegó el pedido y di inicio al almuerzo frugal y agrio.

En medio del desfile de personas que ofrecen medias, estampitas y otras cuestiones por el estilo (una de las tantas razones por las que no debiera sorprender lo sucedido ayer que a uno lo ha dejado tan amargado), se me acerca un muchacho de unos 30 años con una camiseta (muy usada y muy sucia) del glorioso River Plate.



Me pidió la mitad del sandwich que, por supuesto, le di. Le propuse que almorzase conmigo y rápidamente me dijo que no.

"Te pedí el sánguche porque tengo hambre y porque estoy tan triste como vos. Nací un 17 de octubre. No puedo creer cómo perdimos así". No nos conocíamos (o eso creo) quizá nos identificó la amargura.

Le solté una obviedad, que habría que resistir, que la única pelea que se perdía era la que se abandonaba, que habíamos sido muchos los que votamos al candidato que perdió y otras boludeces.

Nada podía consolarlo. Lloraba con ganas y, dejando el medio sandwich en la mesa me abrazó y me dijo: "No nos abandones. Ni vos ni tus amigos, los vamos a necesitar".

A más de dos horas de ese encuentro, propio de aquellos que sólo me pasan a mí, según un fulano con el que cursé el secundario, me dura la impresión.

Espero que mi  cofrade riverplatense sepa lo que no pude verbalizarle en nuestra despedida: que en este tiempo que viene no nos vamos a abandonar.


sábado, 4 de noviembre de 2023

La era de la insensatez

Muchas veces me he preguntado acerca de las razones por las cuales dejo escritas opiniones en este lugar tan poco frecuentado.


Digamos que, quienes perdieron el tiempo leyendo tanto disparate saben que utilizo este espacio para dejar reflexiones acerca de las cuestiones que hacen  a mi interés o preocupación: entre tantas la política de este siempre sufrido país.

Y, claro está, me convoca la política una vez más; que se presenta con el rostro abominable de quien, debe reconocerse, no esconde nada de lo mucho que piensa, hace, representa y es.

Si antes de la pandemia (evento que tiene directa relación con la expectación del sujeto Mílei) era impensado imaginar que algo así pudiera ser considerado no ya una opción válida, sino algo imaginable incluso desde la parodia (ni Pedro Saborido se hubiese animado a pergeñar un dirigente político así), quizá nos encontramos a pocas semanas de que ese sujeto peligroso llegue a la Presidencia de la Nación.

A quien debe reconocérsele que no esconde nada de lo que piensa y lo que es: basta con escucharlo, drogado hasta el culo o no para enterarse. 

Rodeado de la ralea más antidemocrática imaginable, parafraseando a Massera, citando autores de libros cuyas solapas habrá leído; insultando a los alaridos a propios y a extraños, con la locura de un loco suelto que representa a unos cuantos millones que andan con el cerebro en llanta. 

Su triunfo, claro está, lo debería al odio antiperonista (muchas veces, sino justificado, explicable ante comportamientos que dan pena, asco y, precisamente, odio) y a los frutos de este gobierno olvidable. 

Sin embargo, vuelvo al principio y me pregunto porqué dejo caer reflexiones que a nadie habrán de interesarle, que tendrán el peso insignificante de entradas pasadas, cuyo sentido hoy (en muchos casos) no comparto.


Lo hago para dejar testimonio de lo que tantos y tantas advertimos y tememos: unas horitas de ese energúmeno como Presidente nos puede cambiar la vida a todos y a todas; sino a acabar (simbólica y materialmente) con la de cientos de miles (o millones), con la disolución nacional a la vuelta de la esquina.

Quien nada bueno ofrece para la resolución de los muchos problemas que tenemos, excepto para el grupúsculo de saqueadores que lo rodea.


sábado, 29 de julio de 2023

El Juicio, de Ulises de la Orden


Escribo, con las imágenes de la película El Juicio de Ulises de la Orden, bullendo aún en mi mente.

Y si Jorge Luis Borges, una de las tantas personas que entre abril y septiembre de 1985 desfilaron como público por la sala de audiencias de la Cámara Federal de la Capital Federal (al igual que Onofre Lovero, Inda Ledesma y Virginia Lago, cuyos rostros demudados fueron registrados entonces y aparecen reflejados en el documental que comento) escribió el texto "Lunes 22 de julio de 1985" publicado en el diario El País de España (que puede leerse aquí) para librarse de los horrores que había escuchado en esa jornada, hago lo propio en esta página, con la misma intención aunque, desde ya, sin una pizca de su talento.

La conmoción perdura, no obstante sean más de diez los años que compartimos con Pablo Casas en cada cuatrimestre de la materia "Derechos Humanos y Principios de Derecho Constitucional" del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, este compendio del Juicio, al cierre del curso que dictamos, que puede verse aquí

Por ende, no me es ajeno el juicio, su desarrollo ni tampoco las imágenes registradas entonces (mérito inconmensurable de quienes tomaron las decisión de hacerlo) y que aún así, las tres horas del perdurable filme de De la Orden, me devastaron.

Calificativo que, tal vez, debería suavizar para, desde esta modesta trinchera, instar a propios y a extraños a pasar por la experiencia que vivimos las personas que nos encerramos en la sala del Malba la noche del 28 de julio de 2023.

El tono dramático que De la Orden imprime a esas imágenes registradas por la Televisión Pública (entonces ATC, remedo de la dictadura cuyos principales responsables fueron juzgados en ese proceso épico) roza la perfección: en una sala en la que se fumaba sin descanso; la esgrima desplegada entre dos Fiscales y una veintena de abogados defensores que, salvo dos notables excepciones, eligieron chapalear en el fango con la evidente finalidad de obturación del Juicio, felizmente infructuosa.


Juicio, que es una de las tantas razones por las cuales argentinos y argentinas podemos sentir orgullo de haber nacido aquí y de ser contemporáneos de quienes protagonizaron ese hecho único. 

Que desde luego, excede y en mucho a la decisión política del presidente Raúl Alfonsín (cuyo coraje es imposible de exagerar, en palabras de Horacio Verbitsky, su adversario de todas las horas) y si hace eje en los seis Jueces de la Cámara Federal y en los dos Fiscales, consideración de la cual no excluyo, paradójicamente, a los abogados defensores.

Por todos, al malo-malísimo, José María Orgeira, quien aún del modo grotesco y torpe que imprimió al ejercicio de la defensa de Roberto Viola, contribuyó a enaltecer el alcance del Juicio, en tanto que pudo materializar el ejercicio del derecho de defensa en juicio de su defendido quien, al igual que otros criminales de lesa humanidad, habían negado a sus víctimas indefensas.

Entre tantos y tantas, al hijo de una señora que declaró en el Juicio a quien el Juez Ledesma (seguramente devastado por el cansancio de jornadas que se extendían más allá las dos de la madrugada, como lo pondera uno de los defensores al Tribunal, implorando infructuosamente clemencia por la extensión de las audiencias) con el tono monocorde de un burócrata que consulta a un testigo sobre un accidente de tránsito, le pidió que se explayase acerca del acto de exhumación de los restos de su hijo. 

Indignada, y con razón, la testigo levantó la voz, recordando haber dado con una fosa a la cual había podido llegar pisando cráneos y fémures, y que ni a los "perros malos" se les deparaba ese trato. Y concluyó: "porque me hijo merecía un juicio. Un juicio como éste".


Podría escribir mucho más: sobre los testimonios de Adriana Calvo de Laborde, Myriam Lewin (subrayado con el estruendo de un desmayo de una persona que la escuchaba), Arturo Frondizi, Alejandro Lanusse, Magdalena Ruiz Guiñazú, Estela Carlotto, Graciela y Enrique Fernández Meijide, Albano Hargundeguy, Crisitan Von Wernich y tantos otros, pero me extendería más allá de lo que la prudencia sugiere.

Cierro con aquello que me impactó más. 

En el clip que con mucho esfuerzo y pocos medios compilamos con mi querido Cachito Casas para el curso del CBC que dictamos, incluimos el alegato de defensa dicho por el propio Massera. Conocía el sentido de su discurso que, aunque abyecto, fue pronunciado con precisión y elegancia. Habló Massera y el tiempo quedó suspendido en esa sala de audiencias.

El criminal amenazó sin disimulo. Los destinatarios de sus amenazas fueron los Jueces (que disponían de la crónica, pero él "de la Historia"), a los Fiscales y a la "veleidosa" sociedad argentina. 

Lo hizo con el modo de un gángster acorralado y patético, que conocía su inminente y pálido final de su "vida biológica". "Felizmente", subrayó. 

Pero dijo algo peor, que Ulises de la Orden sabiamente incluyó en el documental.

Dijo que todos sabían que, lo que esa gavilla que el criminal definió como "Fuerzas Armadas", habían hecho ayer, podrían volver a hacerlo. 

Que tenían la capacidad para reiterar ese horror, implacable e impecablemente definido en sus alegatos por los Fiscales Strassera y Moreno Ocampo.

Massera estaba en lo cierto. Sabemos todos y todas que lo que pasó puede volver a suceder. 

Por eso es indispensable el ejercicio de memoria que auspicia el deslumbrante documental El Juicio de Ulises de la Orden a quien expreso desde esta trinchera modesta, mi más expresiva gratitud. 

sábado, 18 de diciembre de 2021

José Pablo, qué le puedo decir.


Fue a finales de 2019. Días antes había asumido Alberto Fernández.

No sé bien porqué me inscribí en un curso que José Pablo Feinmann dictaba en su casa. 

Eran (serían) cuatro encuentros, dos en diciembre de ese año, otros dos en enero de 2020. Sabía que no concurriría a los dos últimos, por esa costumbre de pasar los fines de año en Mar del Plata. 

El deparamento, amplio y muy venido a menos, quedaba sobre la calle Azcuénaga, a metros de la Facultad de Medicina.

En lo que sería el living: tres o cuatro hileras de sillas prolijamente dispuestas, un sillón vacio al frente y de fondo, un piano. 

Sobre ese lugar donde para poder ser leídas se apoyan las partituras en los pianos, que debe tener un nombre que desconozco y no me interesa averiguar, una desplegada de Gershwin, debilidad máxima del maestro que aguardábamos con ansiedad, unas 25 personas.

Era una tarde de calor, no bochornoso, pero que apretaba, que pretendía ser aplacado por un ventilador de techo (sabios, los habitantes de esa casa no se torturaban con las mieles de los siempre abominables aires acondicionados).

Al ratito, con enorme dificultad, hizo su entrada el maestro-anfitrión. 

Me costó reconocerlo. Lo había visto en televisión con las ostensibles estigmas de una enfermedad (o un cóctel de enfermedades) que lo tenía abatido. "Me enfermó el gobierno de Macri", bromeó como para romper el hielo, al advertir la sorpresa adolorida de todas las personas que atestiguamos ese presente tan doloroso de José.

Un viejo pelotudo (para aludir al sujeto eufemísticamente) que llegó cuando había empezado la charla, lo inerrumpió pidiéndole que apagara el ventilador, porque estaba resfriado o algo así. Una pena que no se hubiese quedado en su casa el viejo pelotudo. José accedió, aunque advirtió que al poco tiempo moriríamos de calor (lo que sucedería), pero el imbécil insistió ante la sacrificada y pasiva actitud de quienes tuvimos que padecer de allí en más el escarnio de sentir sudores propios y ajenos, una caricia, comparado con la escucha de los comentarios del pelotudo ése.

Recuerdo que José disertó sobre la Revolución de Mayo y sus secuelas, hasta la batalla de Pavón. Acontecimiento que identificó con el principio de los males del país, la resolución de un conflicto a la inversa de lo sucedido en los Estados Unidos culminada la guerra de secesión. 

"Triunfaron acá, los derrotados de allá", resumió y anoté, en mi cuaderno.

No me enteré de nada nuevo, ya le había leído esas reflexiones muchas otras veces, pero aunque con enorme esfuerzo, fue claro, lúcido, elocuente. Como hace años que lo leo, sé cuánto le molestan los comentarios o preguntas en encuentros como ése, por lo que metí violín en bolsa.

Me limité a darle un beso al final del encuentro, cuando nos invitó a que nos retirásemos porque "ahora tengo que comer". Ni noticias teníamos del inmundo COVID, por lo que pude dar rienda suelta a mi deseo de expresar con elocuencia mi sentimiento hacia él que fue siempre de un afecto muy personal, muy intenso. Beso que José recibió con una sonrisa.

Sabía que por mi natural egoísmo, no volvería a la clase siguiente. No quería ser testigo de ese presente suyo. Que no lo volvería a ver (lo había encontrado en dos ocasiones, cuando conversamos muy cálidamente y nos intercambiamos unos cuantos mails, sobre lo cual volveré al final) por autopreservación, insisto, por egoísmo. 

Me fui muy conmovido del departamento de techos altos de la calle Azcuénaga.

Digamos que José Pablo era, ante todo, un bellísimo ser humano. 

Un hombre bueno, que hizo la suya. Equivocándose (si cabe) alguna vez pero siempre convencido de que hacía (ante todo, escribía) lo que debía hacer (o escribir) una buena persona.

Sufrió demasiado, los desencantos colectivos los somatizó y cómo: perdió un testículo al inicio de la dictadura del '76; un ACV lo tumbó al inicio del gobierno de Macri.

No sé porqué escribo esta semblanza tan o más pavota que las tantas y tan salteadas que he dejado caer en este blog. Aunque odio los obituarios, mi admiración afectiva hacia José puede más y aquí estoy, escribiendo.

Dejaría caer más torpezas, pero ya estuvo bueno.

Que cierre José. Transcribo un mail que me respondió a propósito de un juicio crítico sobre Arturo Illia que ahora comparto, pero entonces me enojó. Por si no queda claro: leía los mails que llegaban a su casilla y los contestaba, al menos los míos.

Lo viví entonces, lo evoco ahora, como un privilegio: qué preciso, generoso y astuto. De las entrelíneas se lee un amable consejo, del estilo de quien le acaricia la cabeza a un pibe como quien dice: "ya pasa, ya pasa, la Historia no es pa' cualquiera m'hijo". 

"Hola, Horacio.

Un poco tarde la respuesta, pero llega. No comparo a Illia con Onganía, claro. Tampoco lo haría con Frondizi. ¿Quién comparado con Onganía no queda bien parado? Trazo una línea histórica que hoy resulta incomprensible y hasta da bronca por lo que hizo surgir: la violencia, la guerrilla, la muerte de Aramburu y todo lo que llevó hasta la Gran Tragedia Humanitaria.

Es más: de Illia yo esperaba tanto que hasta habría esperado que no se presentara a elecciones. Lo habría hecho otro, es cierto. (¡Qué triste el papel del radicalismo durante esos años, jugándola como máscara democrática del Ejército antidemocrático, represor, ultragorila!). Creo que a Illia lo tiran porque él habría dado elecciones limpias al finalizar su mandato, lo que no podemos saber. 

Qué le puedo decir.

¿Cómo no voy a tener simpatía por Illia? Sé que era un buen tipo. Pero ¡cómo todos aceptaron esa farsa! ¡Hasta muchos peronistas -muchísimos- medraron con ella! Vandor, Paladino, todos los del  'peronismo sin Perón'. 

Al mirar la Historia desde la sabiduría que la distancia impone uno ve todo ese arco temporal como un proyecto absurdo (gobernar sin el peronismo y sin Perón) que sólo pudo llegar a lo que llegó: el Cordobazo, el 'asesinato' o 'ajusticiamiento' de Aramburu y el resto de la catástrofe, a la que tanto contribuyó el Perón cuasi extraviado que regresó al país para hacer la 'tarea sucia' que empañaría su memoria para siempre. Una memoria que, en Madrid, habría conservado intacta. Es arduo el conocimiento de la historia y de quienes en ella participan.

Un abrazo.

JPF.

PD.: ¿Sabe que, en mi compu, los 77 fascículos que yo publiqué sobre el Peronismo suman 1.400 páginas? ¿Se imagina lo que será el libro?. Todavía no lelgué a Ezeiza.

Ahora, con esta tristeza a cuestas, te parafraseo y me pregunto: cómo no quererte, José Pablo Feinmann.